29 de enero de 2010

Idiocia inversa (II)

Salto al andén antes de que las puertas del metro terminen de abrirse por completo y corro hacia las escaleras mecánicas: no puedo perder el próximo tren de cercanías. Conozco mi destino, pero no se qué línea debo tomar ni tengo idea de cuáles son sus horarios y andenes. Si tengo que comprar el billete en las máquinas expendedoras y consultar el mapa de la red, no llego. Eso seguro.
Creo recordar que en la parte superior de la estación hay un puesto de venta, así que me encomiendo a la Administración Española y rezo para que un funcionario dormite en su ventanilla. No es la hora del café (del café funcionario, se entiende) así que quizá haya suerte.
Al final de las escaleras mecánicas aparecen las palabras mágicas. En letras bien grandes: "Venta de Billetes". ¡Y ningún viajero esperando! ¿Mis plegarias han sido escuchadas?
Pienso: "Genial, así paso de las máquinas y además pregunto el número de línea y el andén. Me va a dar tiempo."

Ufano, me acerco a la cabina con aire triunfal. Tras el cristal, dos empleados se concentran en la cuenta de billetes. De dinero, no de los otros. Discuten entre ellos y en principio me ignoran. 30 segundos. Pasan muy, muy, muy, muy... despacio. Me decido a sacar dinero de la cartera con la esperanza de que, mientras tanto, se percaten de mi presencia. Al levantar la vista de nuevo, me enfrento a la mirada fija de los dos tipos. El más cercano primero frunce el ceño y después arquea su ceja derecha. Prepárate, amigo, parece que estás a punto de escuchar una tontería. Efectivamente:

"¿Porqué no vas a las máquinas? ¿No ves que estamos ocupaos?"

Si, eso mismo pensé yo.
Anónimo
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Véase también: Idiocia inversa.

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