15 de enero de 2010

Idiocia inversa

Es probable que, en alguna ocasión, el lector haya sufrido una de las situaciones que el contacto con infectados provoca con mayor frecuencia: la idiocia inversa. [1]

En este tipo de encuentros, el enfermo proyecta su propia estupidez sobre el desprevenido superviviente. El fenómeno se caracteriza por ser absolutamente impredecible, ya que se produce en los momentos y lugares menos esperados. Al tratarse de una conducta emitida por especímenes de apariencia normal, resulta difícil de anticipar incluso para el superviviente experto. Es ahí donde radica su peligro. La experiencia resulta sumamente desagradable, causando a la víctima una sensación de impotencia y desazón que en casos especialmente graves puede llegar a prolongarse incluso semanas.

El siguiente testimonio, verídico, describe un ejemplo:


"Entramos a un pub totalmente vacío. Creo que éramos 10 o 12 personas, no recuerdo exactamente. De 4 o 5 países distintos. Tardamos unos minutos en decidir dónde sentarnos, y al final ocupamos varias mesas en uno de los rincones.
Tratamos de organizarnos: ¿cada uno paga lo suyo? ¿tienes zlotys?. Para cuando conseguimos tener claro qué queríamos tomar, ya había pasado un buen rato.
Me fijé en la camarera. Para que te hagas una idea: podía haber sido una de las protagonistas de "Matrioshka", la serie de televisión. Era guapa, pero con ese estilo tan característico de las que se mueven en el límite que separa lo moderno de lo hortera. A mi me gustan con la cara lavada, sin trampa ni cartón. Nos observó un momento con curiosidad y después decidió que la MTV ofrecía mayor entretenimiento.
La gente empezó a charlar, pero unos cuantos comenzaron a reclamar sus cervezas. En España sobran 10 minutos para que te pregunten qué quieres tomar o te inviten amablemente a abandonar el local. Y en otros países de Europa parece que también, porque todos nos preguntamos cuánto tardaría en venir a atendernos. Otros 15 minutos y empezaron las apuestas. Esperamos un rato más y al final asumimos que nadie iba a venir a servirnos.

En estos casos, al final siempre me toca.

Me acerqué a la barra mostrando una conciliadora sonrisa para preguntar con candidez:

- Perdona... ¿tenemos que venir a la barra a pedir las bebidas?

Aún recuerdo el sutil gesto de suficiencia y su tono seco cuando escupió aquél dardo directo a mi orgullo:


- "Obviamente"


Me sentí el tío más gilipollas del mundo.

Horas después, su mirada fría aún me perseguía camino del hotel."
Anónimo.

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[1] También llamada Proyección de idiocia.

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